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2.06 El Viaje de Israel

Recuerdo con mucho agrado el inmenso regocijo y gran amor que sentí por mi Señor, cuando años atrás estudiaba en la Biblia “Éxodo” y de inmediato apliqué a mi vida lo que dice 1 Corintios 10:11 «Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos».

Unos años después al leer el libro “El viaje de Israel, escrito Dr. Brian J. Bailey”, el cual me dio una visión más firme de mi caminar en la fe, volví a sentir la necesidad de releer y estudiar en la Palabra de Dios el libro de “Éxodo”. Y apenas hace para de días, junto a ustedes estuvimos estudiando durante casi tres semanas el libro de «Éxodo» y me llevó a leer varios de los apuntes que tengo en mi Biblia sobre el viaje del pueblo de Israel, por lo que les quiero compartir a ustedes los siguientes comentarios.

Los cristianos del Nuevo Testamento hemos tenido la bendición de ver en retrospectiva un viaje histórico siendo éste un reflejo de nuestro viaje espiritual desde el momento que aceptamos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador hasta llegar al Monte de Sion Celestial, nuestra morada eterna junto al Señor.

Si relacionamos el destino final del pueblo del viaje de Israel con el destino final del viaje del creyente en su caminata con el Señor Jesucristo aprenderemos, de sus aciertos y errores, y si somos sabios, aprovecharemos sus experiencias para proseguir a la meta en nuestro viaje espiritual “estar con nuestro Señor Jesucristo por siempre”. Y es que el Monte Sion celestial es la morada de Cristo por la eternidad, y es por ello que como cristianos es nuestro anhelo poder llegar a nuestro destino final, para allí estar con Él para siempre [Heb 12:22].

El viaje de Israel empezó con la salida del pueblo en Egipto y concluyó en el Monte Sion. Sin embargo durante el trayecto del mismo, pasaron por lugares sumamente importantes y cruciales para llegar a su destino final, uno de ellos, la tierra de Canaán. Para llegar a esta tierra tuvieron que cruzar el Río Jordán, siendo muchos los contratiempos y pruebas por las que pasó el pueblo producto de su desobediencia. De hecho la primera generación, liderada por Moisés, no pudo hacer la ruta completa, por lo que es la segunda generación, liderada por Josué, que logra llegar a tomar posesión de la tierra prometida por Dios.

En ese viaje espiritual Egipto representaba “el mundo”, los Israelitas anhelaban salir de su estilo de vida, deseaban que sus cuerpos tuvieran reposo, que sus almas estuvieran en paz y que sus espíritus adoraran al Dios Altísimo. Ciertamente ya habían tomado la decisión de ir en pos de Dios. Ahora con el cruce del Jordán Jehová les mostraba una vez más que Él estaba en medio de su pueblo, y que El pelearía todas sus batallas desechando a cada uno de sus enemigos [Josué 3:10].

El pueblo ahora tendría la esperanza de una nueva vida fructífera; verían cumplida la gran promesa de Dios, «Canaán, tierra donde fluye leche miel». Y es que el cruzar el Río Jordán significaba espiritualmente que el pueblo había roto sus ataduras con el pasado, había decidido dejar ser esclavo del pecado, morir a sus pasiones antiguas y tener una actitud hacia la perfección tal como lo es Jehová [Mt 5:48].

Durante nuestra andar en el camino los cristianos debemos alcanzar la madurez espiritual y perfección, tal como nos manda el Señor; por lo tanto tenemos que pasar por las distintas experiencias del viaje de Israel, debiendo aprender de ellas, a fin de no cometer los mismos errores de nuestros antepasados y lograr obtener la victoria en Cristo Jesús.

La siguiente encomienda tan pronto cruzaron el Jordán fue “circuncidar por segunda vez a los hijos de Israel” [Jos 5:2-5]. Y esto significaba cortar la naturaleza carnal pecaminosa heredada de Adán. Con el acto de ser circuncidados los israelitas se presentarían puros ante Dios y pondrían alcanzar las bendiciones que Él tenía para ellos. Era una representación espiritual de que arrancaban todo el pecado pasado y para nosotros es «circuncidar nuestros corazones», quitar toda carne que nos ata y nos permite practicar el pecado. Con este acto nosotros también como cristianos creyentes nos presentamos prestos a obedecer a Dios, a disponer nuestros corazones para amarlo con todo nuestro cuerpo, alma y espíritu. Al ser circuncidado nos rendimos a Dios por amor, permitiéndole que Él haga la obra transformadora en nuestras vidas para que sea cumplido su propósito en nosotros y le adoremos por lo que Él es, nuestro Dios y Creador.

Y es que luego de ser circuncidados esa transformación cambia nuestra posición ante Dios, pues justo cuando somos circuncidados comenzamos a comer el fruto de la tierra, que es la Palabra viva de Dios. No obstante el cambio que se suscita en nuestras vidas, debe reflejar que Cristo vive en nosotros y que nuestro anhelo es obedecerle y adorarle, sabiendo que faltan todavía procesos para llegar a la estatura de del varón perfecto que es Cristo [Efesios 4:13]. Es por ello que existen varias áreas de nuestras vidas que aún no han sido rendidas, y que impiden que alcancemos nuestras bendiciones y que podamos hacer la voluntad de Dios y completar la obra para la que hemos sido creados.

Es David, quien dirige al pueblo hasta el Monte de Sion. Al conquistar a Sion David guió al pueblo a la morada de Dios, el Monte de Sion y la ciudad de Jerusalén, llevando a Israel al pleno reposo. En la cima del hermoso Monte Sion fue instalada el Arca del Pacto, representación de la presencia de Dios. Así se cumple la promesa dada por Dios a Abraham mediante la visión de Sion Celestial.

Y es que el destino final del viaje físico es una representación del viaje espiritual de nosotros los creyentes. Primero fuimos llamados, pasados por diversas pruebas para ser luego elegidos. Una vez superadas las pruebas demostramos con nuestra actitud y testimonio la fidelidad que le tenemos a Dios. Y por nuestro inmenso amor hacia Cristo Jesús y por pura misericordia del Señor, es que nuestros corazones se mantienen buscando su presencia, nuestro anhelo se convierte en un deseo ferviente de permanecer unidos a Él. Y es que en su presencia hay plenitud de gozo [Salmos 16:11] y es en su presencia que deseamos habitar por la eternidad.

Cuando la visión de Sion nace en nuestros corazones sabemos que estamos en este mundo pero no pertenecemos a él, somos embajadores de Cristo en esta tierra y nuestra morada, nuestro país es Sion Celestial [Salmos 87:2].

Amados hermanos y amigos, en nuestras vidas como creyentes debemos estar convencidos de que lo más importante es estar en la eternidad con Cristo y para ello tenemos que conocer la importancia espiritual de Sion, pues aunque anhelamos llegar al cielo, nuestra meta es estar por la eternidad con Él en el lugar de Su morada. Y es que en ese precioso lugar lleno de la presencia de Dios está repleto de su santidad. Allí la alabanza y la adoración son permanentes, que es para lo cual nosotros hemos sido creados. En Sion se muestra la belleza y la perfección de Cristo Jesús. Dios mismo fue quien la fundó llenándola de paz, por eso El reina allí.

Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito ‘desde mi perspectiva particular’ en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.

Dios les bendiga,

Sandra Elizabeth Núñez

 

 

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