Este pasaje nos habla de la preexistencia de nuestro Señor Jesucristo, quien estaba con Dios desde antes de la creación del mundo. Recordemos Juan 1:1-2 «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios».
Nuestro amado Señor estaba junto con Dios desde la eternidad, desde antes de la fundación del mundo, y es importante comprender que por medio de Él fueron creadas todas las cosas del universo en el cual vivimos, «Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos», (Hebreos 1:10). De igual manera el Apóstol Pablo declara en Colosenses 1:16 «Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él».
Jesús existía en forma divina antes de ser hombre tal como lo dice Filipense 2:5-8: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».
El Señor les dice unas palabras a los judíos, las cuales registran una de las promesas más hermosas que ha dejado a la humanidad, «De cierto, de cierto os digo, el que guarda Mi palabra, nunca verá muerte», [Juan 8:51]. Estas palabras resultaron tan impactantes para los judíos incrédulos que se burlaron del Señor y hasta lo tildaron de endemoniado. No creyeron en esas palabras, aunque tenían las Escrituras y sabían que un día vendría el Mesías enviado por Dios; esperaban al Mesías, lo tenían frente a ellos, pero decidieron no creerle, a pesar de que todas las pruebas estaban dadas de que Él es el Hijo de Dios.
Resulta penoso pensar en que esa situación de más de dos mil años, es la misma que continúa aconteciendo hoy día en esta tierra. Muchas personas saben que Jesús es el Señor, pero no lo reconocen con sus hechos, sus obras distan mucho de reflejar que Jesús es el Señor y que ellos anhelen recibir el regalo de la vida eterna. Así es amados hermanos y amigos, ‘nosotros los que aceptamos a Jesús como nuestro Salvador tenemos el hermoso regalo de la vida eterna’ dado por nuestro amado Dios, [Juan 3:16].
Sí, Él descendió de los cielos y vino a la tierra a cumplir la voluntad del Padre «Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» Juan 6:38. Jesús también le dijo a los Judíos que Él no buscaba Su gloria, y esto es así porque ciertamente ya el Padre se la había dado tal como dice Juan 17:22 «La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno».
Más adelante habla del Padre Abraham de quien Jesús dijo que “se gozó de ver su día”. De nueva cuenta, eso fue motivo de disputa entre los judíos quienes aseguraron haber escuchado que Jesús les dijo que Él había visto a Abraham, siendo lo que realmente dijo que Abraham le vio a Él. Recordemos que las apariciones de Dios en el Antiguo Testamento verdaderamente eran las apariciones de nuestro Señor Jesucristo, lo que conocemos como una Teofanía, pues tal como dice la Biblia en Juan 1:18 «A Dios nadie le vio jamás; el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer». Además dice en Juan 8:58 «Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo Soy». Los judíos entendieron bien claro que Jesús estaba diciendo que Él mismo era Dios, y por eso tomaron piedras para arrojárselas.
Amados hermanos y amigos, no hubo un momento en que Jesús empezara a existir; y nunca habrá un momento en que deje de existir [Apocalipsis 13:8]. Él es eterno, por los siglos de los siglos y para siempre, porque Él es Dios.
Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito “desde mi perspectiva particular” en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.
Dios les bendiga,
Sandra Elizabeth Núñez