Son los discípulos de Jesús quienes le cuestionan sobre el hecho del porqué el hombre nació ciego. Leamos Juan 9:2 «Y le preguntaron Sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?».
En aquel entonces existía la corriente de pensamiento de que un niño podía pecar desde el seno materno, la cual apoyaban en la historia de Esaú y Jacob [Génesis 25:22]. Asimismo consideraban que los hijos padecían enfermedades como consecuencia de los pecados de sus padres.
Esta hermosa narración, nos cuenta una historia que hasta hoy día sigue aconteciendo y es la creencia errónea de que “los cristianos no pueden enfermarse”, fundamentando muchas personas ese pensamiento con lo que dice Isaías 53:5 «Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados».
Ciertamente nosotros fuimos curados cuando aceptamos a Cristo, pero no en todo nuestro ser integral. Somos formados por espíritu, alma y cuerpo, [1º Tesalonicenses 5:23], y fuimos sanados de nuestras enfermedades del alma. Pero recordemos que en nosotros habita una naturaleza pecaminosa «Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y Su Palabra no está en nosotros», [1 Juan 1:10].
Hasta tanto el Señor regrese, estamos expuestos al pecado y a las enfermedades, no obstante, cuando nuestro amado Señor vuelva a buscar a Su pueblo, allí se nos dará un cuerpo glorificado que por la eternidad vivirá sin enfermedad.
También es bueno recordar la historia de Job, sus amigos consideraron que sus muchas aflicciones eran motivadas como castigo por los supuestos pecados que había cometido, cosas que es del todo mentira. Si bien es cierto que Dios al que toma por hijo lo disciplina [Hebreos 12:6] tal como hacemos nosotros los seres humanos con nuestros hijos, eso lo hacemos por amor a ellos así como lo hace Dios con nosotros; no es menos cierto que no podemos llegar a considerar una regla “que una enfermedad siempre viene como consecuencia del pecado, porque los cristianos no se enferman”, pues sencillamente es algo completamente absurdo.
Es incongruente pensar que todas las enfermedades de una persona viene como producto del pecado, hoy día algunos llegan hasta el extremo de decir que nuestro amado Dios utiliza el recurso de corrección a base de sufrimiento y por eso hay cristianos que se enferman, cosa incierta, pues tenemos que tener pendiente que el Señor nos regaló nuestro cuerpo el cual nos acompañará durante nuestra vida terrenal, por lo tanto debemos cuidarlo, ya sea ejercitándolo, comiendo saludable, evitando exposiciones que pueden poner en riesgo nuestra salud. Ahora bien, sabemos que habrán otras cosas que escapan a nuestras manos.
Continuando con la historia del ciego de nacimiento, Jesús hizo algo al parecer un tanto extraño, juntó saliva y lodo, y lo untó en los ojos del ciego, indicándole que se fuera a lavar en un lugar específico (Es bueno saber que en el mundo antiguo se creían que la saliva de personas distinguidas tenía propiedades curativas). El ciego obedeció, no se detalla cómo llegó hasta allí, pero el fin es que llegó. No se detuvo a lavarse con agua en cualquier lugar, él fue justo donde el Señor le dijo, tuvo fe, se aferró a la promesa de sanidad, y ocurrió el gran milagro, y dijo ¡Puedo ver! Vemos cómo todos se dieron cuenta del milagro y le preguntaban cómo sucedió, y él les hablaba de Jesús.
Es hermoso leer lo que nuestro amado Rey dice en Juan 9:3 «Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él».
Notemos como generalmente nosotros, al igual que los judíos, siempre buscamos encuadrar en dos alternativas la posible causa de un suceso.
Los judíos presentaron dos alternativas a la pregunta que hacían a Jesús, nunca esperaron una respuesta. Ellos simplemente le dijeron, ¿quién pecó, éste, o sus padres?. EL bendito Señor nuestro entonces les presenta una tercera opción, la cual distaba mucho de las que ellos presentaban. La respuesta de Jesús llega a los discípulos con una revelación de la verdad, pues aunque ellos con su pregunta se hicieron eco de un dogma popular Jesús les responde «Entre tanto que estoy en el mundo, Luz Soy del mundo», [Juan 9:5], como diciéndoles ‘en medio de la oscuridad espiritual en la que ustedes están, Yo Soy la luz del mundo’.
Por último consideremos la lección espiritual que contiene este mensaje, sin Cristo somos ciegos espirituales, aferrados a caminar con el bastón de pecado, pero que gran privilegio tenemos amados hermanos y amigos, todos los que creemos en Jesús y le hemos aceptado como nuestro Salvador, ya recibimos el milagro más grande que existe, el volver a nacer, trayendo esto un cambio radical en nuestra manera de ser y todos los que nos conocen lo han notado.
Nosotros tenemos algo muy importante que contar, nuestro testimonio, el cual debe tener como motivo glorificar al Señor y que otros sean impactados y que puedan entregarse al Señor. Clamemos pues para que el Espíritu Santo pueda alcanzar a aquellos familiares o amigos que aún no han tenido un encuentro personal con nuestro amado Jesucristo.
Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito “desde mi perspectiva particular” en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.
Dios les bendiga,
Sandra Elizabeth Núñez