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43.57 Jesús Lava los Pies de sus Discípulos (1)

Este hermoso relato acontece justo antes de la pasión de Cristo, puesto que esa misma noche nuestro Amado Señor iría a Getsemaní, rumbo al madero. Iniciaba en menos de 24 horas la espantosa agonía que le llevaría a la muerte en la cruz.

El Señor Jesucristo sabía todas las cosas, y es por eso que al final de su peregrinación terrenal muestra de una manera tan especial Su gran y maravilloso amor hacia los Suyos, los discípulos, «como había amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin», [Juan 13:1b].

Él ha conquistado el territorio del corazón de nosotros, y por eso somos Suyos, tenemos dueño y ese es nuestro amado Jesús, «Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor», (Oseas 11:4).

Era la pascua y cenaba con sus íntimos, y entre ellos estaba aquel que prontamente le iba traicionar, Judas. Ese hombre había sido escogido por Jesús junto a los 11 restantes, asumo que al igual que todos los demás predicaba, y aparentemente a los ojos de todos era un hombre de integridad ya que administraba el dinero del grupo, y del cual robaba, puesto era ladrón (Juan 12:6). Este hombre disfrutaba del privilegio de la confianza, sin embargo era un hombre con el corazón extraviado por la maldad, ambición y quizás hasta religiosidad.

Podemos ver que la soberana humildad de Jesús fue tan maravillosa y extraordinaria que en el tiempo donde Él iba a pasar el momento de dolor tan severo de su vida, pensó en los Suyos, en los que Él amaba y dejaba, para volver con Su Padre, y en vez de preocuparse por el cercano evento de aflicción, sacó un tiempo hermoso para servirles a ellos y enseñarles una de la lecciones más grandes, la muestra de Su carácter: ‘la humildad’, siendo esta una virtud que debe modelar todo cristiano.

Jesús se quita Su manto exterior para que no le estorbara en la tarea que iba a iniciar, lavar los pies de Sus discípulos. Él no se quedó desnudo, no, Él se quedó con las vestidura interna la cual era una cobertura que le cubría el cuerpo completo, pero era aquella que se muestra solo a los que son de íntima cercanía. Y tomó una toalla y se la ciñó, luego tomó agua en un lebrillo y le comenzó a lavar los pies a los Suyos.

Cuando en la Biblia menciona ‘pies’ eso habla del caminar de una persona, y es por ello que vimos en el capítulo 12 como María ungió los pies de Jesús con un perfume costosísimo de nardos puro, simbolizando esto que Jesús tuvo un caminar grato en esta tierra, el cual le fue perfume agradable a Dios, ya que nunca pecó y siempre hizo la voluntad del Padre. Ahora aquí vemos a Jesús lavando con agua los pies de Sus discípulos. Esto significa que en el caminar de la vida del creyente, sus pies se ensuciarán y necesitan ser lavados, es decir es figura de ministración del alma por las contaminaciones adquiridas en el caminar en este mundo.

Me imagino la cara de asombro de los discípulos, se quedarían de una pieza por el significado que tiene la acción de Jesús para ese entonces. Veamos, el lavar los pies a un invitado en una fiesta o una casa era una labor que la hacían exclusivamente ‘los esclavos’. Sucede que los caminos de Palestina estaban llenos de polvo, el cual en las ocasiones que llovía se convertía en lodo. En esa época el calzado que se usaba eran una especie de sandalias hechas con un material que pudiéramos decir es similar a la suela de hoy día, las cuales estaban sujetadas con correas, o sea que los pies siempre estaban sucios, era tanto así que en todas las puertas de entrada de las casas había tinajas de agua, y tan pronto llegaba visita, un esclavo salía a su encuentro con un envase para coger agua y una toalla para lavarles los pies.

El Apóstol Pedro estaba completamente absorto de ver tal rendición, de ver al Hijo de Dios, a su Maestro postrado con tanta humildad, y se negó a que Él le lavara los pies, porque entendía que no merecía tanto servicio. Pero, «Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo», [Juan 13:8b].

Mis amados hermanos y amigos, es que el lavado de los pies, siempre debemos ponerlo en las manos de Jesús, y de esa forma pasamos a ser parte de la familia de la fe; no hay otra manera de tener comunión con Él.

Cuando vinimos a los pies del Señor Jesús fuimos lavados completamente de todo pecado, Su sacrificio absoluto nos limpió tal como dice Hebreos 10:14 «Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados». Pero sucede que continuamos caminando por el mundo y nuestros pies se ensucian, y esto significa que fallamos, que a veces desobedecemos a Dios y que abrimos puertas para que el pecado entre nuevamente en nuestras vidas. Sin embargo, hay una bendita esperanza «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad», [1º Juan 1:9]. 

Debemos confesar nuestros pecados, apartándonos de continuar haciéndolo, y tendremos comunión con Jesús, tal como dice 1ºJuan 1:6-7 «Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado».

Cuando Pedro escuchó esas palabras, las cuales le fueron duras, de una vez «Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos», [Juan 13:9-10].  En este versículo el Señor se refiere a Judas, y es una forma de dejar dicho a los discípulos que Él sabía que Judas era quien lo iba a traicionar, cumpliendo así que ‘Él sabía todas las cosas’.

Es bueno tener como referencia que en el pasado habían baños públicos, y aunque la persona se bañara todo el cuerpo en el trayecto a su casa se les ensuciaban los pies y tenían que volver a lavarlos para poder entrar. Entonces la enseñanza espiritual de Jesús aquí es que si ya Él lavó nuestros pecados, ya todos fueron borrados, los que nos queda  es confesar nuestros pecados, con los cuales nos hemos contaminados en nuestro caminar en la fe, apartarnos del mal y practicar la verdad, entonces Jesús nos limpia de todo pecado.

Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito ‘desde mi perspectiva particular’ en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones le sirva a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.

Dios les bendiga,

 

Sandra Elizabeth Núñez

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