«Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo», [Mt 13:44].
En nuestros comentarios e interpretación a las parábolas de Jesús hemos estado compartiendo parábolas del Evangelio de Mateo 13, las cuales nos hablan del tiempo cronológico de la iglesia. En esta ocasión hemos llegado a la parábola del Tesoro Escondido, cuya idea esencial es “cuanto nos impactan los tesoros escondidos que están en la Palabra de Dios”.
Para hacer una mejor interpretación de la parábola es bueno que contarles que en Palestina acostumbraban a enterrar en los jardines o patios los tesoros o posesiones de gran valor. Esto era debido a que en la antigüedad en el Oriente se debatían muchas guerras por lo que esas tierras eran convertidas en “campos de batalla”, y como en ese entonces no existían los bancos las personas colocaban sus bienes en una vasija de barro y los enterraban en un “campo” a fin de protegerlo de los saqueadores.
El hombre del relato es un pobre jornalero, ya que él no era dueño del campo. Ese hombre es figura de pecador sin Cristo. Asimismo siendo pobre de espíritu tuvo la dicha de encontrar un tesoro invaluable, que para los fines nuestros representa “la Palabra de Dios, la Biblia». A este hombre le sucedió igual que al Apóstol Pablo, cuando fue impactado por Jesús, el Verbo de Dios, según lo narra Hechos 9:1-19.
Esta parábola nos habla del tesoro que fue hallado por hombre sin andarlo buscando, lo encontró mientras estaba ejecutando sus labores cotidianas de jornalero. El no estaba ejecutando sus labores en el campo de forma superficial, no, el penetro a las profundidades de la tierra, y allí en fue impactado por el hallazgo, por ese maravilloso tesoro que se encontró. Amados hermanos y amigos, como todo creyentes en Jesús sabemos, que el Evangelio del reino es un verdadero tesoro, tal como dice Romanos 11:33 «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!».
Hermanos, escudriñemos la Palabra de Dios, no la leamos de una forma superficial, oremos al Padres y busquemos las profundidades y allí el Espíritu Santo nos dará luz para entender todas las cosas. Recordemos lo que dice Jeremías 33:2-3 «Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó para afirmarla; Jehová es su nombre: «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces»».
Continuando nuestro relato, ese hombre estuvo tan feliz de encontrar el tesoro que lo volvió a esconder, y vendió todo lo que tenía para comprar aquel campo, no quería que nadie más lo viera hasta que fuera suyo, además de esa forma pagaría un valor mínimo comparado con el precio que realmente valía, por eso estaba tan gozoso, pues iba a hacer el mejor de los negocios.
Alguien podría pensar que “ese hombre estaba siendo deshonesto”, déjeme decirle que no, pues realmente él sí estaba siendo honesto; para esto comprender esto tenemos que irnos al argumento cultural de esa época. Pues bien, de acuerdo con las leyes judías en cuanto a los tesoros escondidos la ley establecía qué hallazgos pertenecían a la persona que lo encontraba y en cuales casos debía de informar a las autoridades. En el caso del hallazgo de éste hombre, ese le pertenecía a la persona que lo encontraba, es decir que legalmente el hombre estaba en su pleno de derecho de quedarse con el tesoro encontrado. Asimismo esa ley era extensiva al comprador y vendedor, si éste último reclamaba después de la venta del campo, el comprador podía alegar que todo lo contenido en la tierra comprada por él era de su propiedad.
Aclarado el tema de la parte moral que quizás les pudiera causar alguna inquietud; volvemos pues a hablar de las diferentes figuras mostradas en esta parábola. En este caso hablemos sobre “el campo”, el cual es figura del mundo y de la iglesia. Recordemos que vimos en las parábolas anteriores como el Evangelio había sido expandido en el mundo, éste inició con doce discípulos, y hoy día somos millones los que conocemos al Señor y hemos sido transformados en Sus discípulos.
Cada día la Palabra de Dios está siendo predicada y a su vez somos más los que estamos enseñando la Palabra de Dios a otros a fin de que conozcan a nuestro amado Jesús. Una vez las personas aceptan el glorioso Evangelio de Jesús, actúan tal como lo hizo el hombre de esta parábola “el vendió todo lo que tenía”, siendo esto figura de que renuncia a todo por el tesoro de hacerse discípulo de Jesús y obtener la salvación. Abandonan la vana manera de vivir, se apartan del pecado; dejan atrás las viejas prácticas deshonrosas; se alejan de las malas amistades, en fin «sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación», [1 Pedro 1:18-19].
El hombre de la parábola, al igual que tú y yo, tuvo un arrepentimiento genuino de su pasada vida infructuosa, y por eso para nosotros los hombres y mujeres que hemos aceptado al Señor Jesús como nuestro Salvador lo más importante es “agradar a Dios en todo, haciendo la voluntad de nuestro Señor”, tal como expresa Salmos 40.8, «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón».
La verdad que hermosa enseñanza, vemos en la vida de este hombre, quien con tanta alegría y gozo recibió el tesoro de la Palabra de Dios; fue tan inmenso su regocijo que lo escondió de nuevo, siendo esto figura de que hay que guardar el tesoro en lo más profundo del corazón para que nadie lo robe. Es que, mis amados hermanos y amigos, el evangelio es el más valioso tesoro que nuestro Señor nos ha regalado, por eso con gozo vamos a decirle a Él «¡Oh Dios, cuanto amo yo tu Palabra!», [Salmos 119:97].
Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito “desde mi perspectiva particular” en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.
Dios les bendiga,
Sandra Elizabeth Núñez