La Biblia inicia con la narración de la majestuosidad de Dios en la organización que Él hizo a la tierra la cual estaba desordenada y vacía [Génesis 1:2]; y eso da pase de una manera armoniosa al maravilloso relato de la “Creación del universo”, toda una historia repleta del despliegue del gran poder, así como de la soberanía de Dios, los cuales nos inducen a la admiración plena de nuestro amado dueño y Señor llevándonos ésta al camino de la fe.
Resulta impactante llegar apenas al tercer capítulo y encontrarnos con el acontecimiento que marcaría al hombre para siempre como un ser desobediente, mal agradecido en fin «pecador», de manera tal que llega a despojarse de su inocencia, cambiándola por el conocimiento y experiencia del bien y el mal; desfilando así por una alfombra roja “el pecado”, tomado de la mano de “Satanás”.
Continuando con mis comentarios sobre Lucifer, bien llamado Satanás o el diablo; en esta ocasión deseo hablar brevemente sobre “la herencia que él nos dejara: el paraíso perdido”. En este relato tenemos como protagonistas adicionales a Adán y Eva, y como absoluto en todas las cosas, nuestro amado Dios.
Todo comienza con la conversación que tuviera Eva con la “serpiente”, esto para nada la sorprendió pues recién iniciaba su trayecto en un mundo donde todo era posible. Ella fue la primera mujer creada, es decir que no habría de ser extraño para ella que un animal hablara; ese personaje sabemos que era el mismo Satanás hablando por medio de la serpiente. Nosotros tampoco lo podemos considerar extraño el hecho de que un animal hablara pues recordemos que el profeta Balaam fue amonestado por una burra, [Números 22:21-35].
En definitivas, Eva no tenía por qué temer, vivía en un paraíso donde se paseaba junto a su esposo y con mucha frecuencia recibía la visita de Dios. Ella tenía una linda inocencia la cual no le permitía percibir maldad en ninguna cosa creada. Lo triste de esta narrativa es ver como Eva, quien junto a Adán había mantenido una comunión tan hermosa con Dios, rápidamente fuera llevada a la duda de Sus Palabras, motivada por la conversación que sostuviera con ese reptil. La táctica que Satanás utilizó para convencer a Eva de que Dios le estaba mintiendo es la misma táctica que ha utilizado siempre hasta el día de hoy, tal como expresa Juan 8:44 «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira».
Dice 2 Corintios 11:14 «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz», y Eva creyó en sus palabras en vez de las instrucciones que había dado Dios. Satanás es quien hace la primera pregunta de la Biblia, la cual fue hecha con maldad a fin de que Eva dudara de Dios. El enemigo torció la Palabra del Señor, sembrando así la mentira y la duda en Eva, ella no replicó diciéndole de la bondad de Dios, al contrario, a mi entender sus palabras denotan que estaba viendo el mandato de Dios como muy estricto; el cual había sido: «de todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás», [Génesis 2:16-17].
El fin es que Eva tergiversó el mandato de Dios, la duda había permitido que la maldad entrara en su corazón, pues ella agregó palabras a las instrucciones dadas por Dios, y por lo tanto Satanás se dio cuenta de que ya ella había sido contaminada, y la duda de esta mujer la convirtió en ‘desconfianza hacia Dios y Su Palabra’.
Amados hermanos y amigos, pensemos en las veces que hemos sido tentados por el enemigo de las almas y nos ha arropado la duda de la Palabra de Dios.
Luego nos dice la Biblia que una vez Eva miró el fruto vio que era bueno para comer, agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría; esto nos habla del deseo de la carne, el deseo de los ojos y la vanagloria de la vida. Esa es la tentación, cuando se juega con ella haciendo caso omiso a la Palabra de Dios; el hombre es llevado a la esclavitud moral por el camino que conduce a la perdición.
Más adelante vemos que ella tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido e inmediatamente se abrieron los ojos de ambos, ya podían discernir entre el bien y el mal; perdieron la inocencia; se dieron cuenta de su pecado y de que desobedecieron a Dios. Esta fue la caída de Adán y Eva, la entrada del pecado; así perdieron el “paraíso”.
En resumidas cuentas, nuestra lección aprendida en este relato es: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar», [1 Pedro 5:8]; por lo que debemos:
- Hacer uso de nuestro discernimiento espiritual entre el bien y el mal: «pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal», [Hebreos 5:14].
- No escuchar la voz del enemigo, ya sea en nuestras mentes o a través de los labios de otras personas: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo», [Efesios 6:11].
- No jugar con las tentaciones, siempre saldrá ganador el pecado, todo lo que entra por nuestros sentidos saldrá por nuestro corazón: «Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil», [Marcos 14:38].
- Deleitarnos haciendo la voluntad de Dios: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón», [Salmos 40:8].
- Reconocer lo que Dios ha hecho en nosotros y ser agradecidos por Su misericordia: «Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad», [Lamentaciones 3:22-23].
- Escudriñar la Palabra de Dios para conocer más Su corazón, y que siempre sea nuestro anhelo hacerle sonreír. «!Oh Dios, cuánto amo yo tu Palabra!», [Salmo 119:97].
Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito ‘desde mi perspectiva particular’ en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.
Dios les bendiga,
Sandra Elizabeth Núñez