Este acto es el primer intento “oficial” de las autoridades judías para “capturar” a Jesús. La iniciativa del prendimiento de Jesús sale de los fariseos que habían oído el rumor difundido en el pueblo de que Jesús era el Mesías: «muchos de la multitud creyeron en Él, y decían: El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace?», [Juan 7:31].
Anteriormente ya los fariseos se habían propuesto arrestar a Jesús, sin embargo, no se habían tomado las medidas de lugar. En esta ocasión vemos que había un grupo de personas de la multitud que ciertamente con sus comentarios denotaban que estaban en defensa de Jesús, (aunque Él no necesita que nadie lo defienda), esto trajo irritabilidad en el corazón de los fariseos.
El hecho de que la sección policial del templo fuera enviada en pos de Él, no fue motivo alguno para que el corazón de Jesús se acongojara, debido a que Su hora no había llegado. Ciertamente todo estaba controlado bajo la autoridad del Altísimo y nada interrumpiría el plan que nuestro Dios tenía definido, por lo tanto, Jesús les dice que todavía estaría por un poco más entre los judíos, que no era el tiempo de volver a Su lugar de origen, allá donde se encuentra el que lo envió.
En el Antiguo Testamento dice «Buscad al Señor mientras puede ser hallado», (Isaías 55:6); ahora en el Nuevo Testamento dice «Me buscaréis, pero no me encontraréis, y a donde Yo voy a estar no podéis venir vosotros», [Juan 7:34]. Esta sentencia el Señor la da para que puedan entender que existe un tiempo límite para todo, que llegaría el tiempo en que ellos lo buscarían no para detenerlo, sino para recibirle como su Salvador, pero ya será tarde.
Ante esto respondieron: «Entonces los judíos dijeron entre sí: ¿Adónde se irá éste, que no le hallemos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos?», [Juan 7:35]. El significado primordial que tiene esto, a mi entender, es que debido a la incredulidad de los fariseos, en la cual sólo había una cosa concreta ‘el rotundo rechazo de Jesús como el Mesías esperado’, consideraron que Jesús no tenía lugar donde ellos no pudieran encontrarlo, aun se fuera a instruir a los griegos; no entendieron que partiría de este mundo y que se volvía a Su Padre en el tiempo de Dios.
Otro asunto importante a destacar es que sin querer ellos estaban profetizando, pues ciertamente después de que Jesús partiera de la tierra, los griegos iban a creer en Él, y estamos hablando no solamente de los judíos que hablan griego, sino también de los gentiles (los no judíos, es decir nosotros); el libro de los Hechos habla de que eso sucedió realmente.
Que gran enseñanza nos da este pasaje a los que tenemos confianza en el Señor, sabiendo que aunque las circunstancias quieran acorralarnos inmisericordemente, nuestro corazón está descansando en las manos de nuestro Dios, sabiendo que Su voluntad y los pensamientos que tiene para nosotros siempre obran a bien, por eso hoy recuerdo algunas de sus promesas:
- «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios…», [Salmos 46:10].
- «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta», [Romanos 12:2].
- «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados», [Romanos 8:28].
Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito “desde mi perspectiva particular” en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.
Dios les bendiga,
Sandra Elizabeth Núñez