«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad», [1 Jn 1:9].
En nuestro diario vivir son tantas las ocasiones que pecamos conscientemente o no, fallamos de manera tal que ofendemos a Dios. Es por eso que Jesús nos dijo en la oración modelo que pidamos perdón a nuestro Padre celestial, a sabiendas de que para pedir perdón debe haber primero un arrepentimiento verdadero y después la disposición de apartarnos para no pecar más. Usted dirá, «pero eso es imposible pues somos pecadores y estamos propensos a pecar”, mi respuesta, “es cierto, todos cometemos errores o pecados, pero en nosotros los hijos de Dios pecar no debe ser un hábito, debemos hacer los ajustes pertinentes para no volver a repetirlo otra vez. El abandono del pecado es la actitud correcta la cual se puede lograr con el poder del Espíritu Santo”.
Para avalar mi comentario anterior le quiero recordar la historia de la mujer adúltera [Jn 8:1-11] a quien Jesús le dijo: “vete y no peques más”, también recordemos lo que dice Proverbios 28:13 «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia».
Es propio del ser humano debido a la naturaleza caída que trate de esconder o no admitir el pecado o falta, uno de los ejemplos más conocidos es el caso de “David”, aquel hombre del cual Dios dijo que tenía un corazón conforme a Él. Recordemos que David al adulterar con Betsabé, [2 S 11:4] por ende pecó. El trató de encubrir su pecado, pero ocurrió que tal fue su angustia que tuvo la imperiosa necesidad de confesarlo a Dios y eso le trajo liberación y paz. Leamos una porción del Salmos 51, donde David humildemente le confiesa su pecado a Dios:
«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio», [Salmos 51:1-4].
«He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido», [Salmos 51:6-8].
«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente», [Salmos 51:10-11].
El pedir perdón a Dios por nuestros pecados nos trae muchos beneficios, entre ellos: alcanzamos perdón; trae sanidad a nuestras almas; paz; la misericordia de Dios; favor divino; entre otros.
Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito “desde mi perspectiva particular” en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.
Dios les bendiga,
Sandra Elizabeth Núñez
Muy buen articulo. Gracias por compartirlo.