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42.03 El Buen Samaritano

En la parábola del Buen Samaritano nuestro Señor Jesús habla de la Misericordia y el Amor al prójimo, siendo estas dos de las virtudes que todo cristiano debe modelar. Esta parábola de forma muy personal ministra muchísimo mi alma; es una de mis parábolas preferidas, pues en ella veo:

+ La humildad de Jesucristo, remitiéndome siempre a escudriñar Su Palabra, las Escrituras.

+ La Trinidad actuando para bendecirme.

+ La misericordia de Dios para conmigo.

+ La actitud de misericordia que debo tener hacia mi prójimo.

+ La promesa de que el Señor Jesús vuelve a buscarme para estar con Él por la eternidad.

Jesús relata esta maravillosa parábola en respuesta a una pregunta que le hiciera ‘un intérprete de la ley para probarle’ «Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?», [Lc 10:25]; la cual hizo de una forma deshonesta puesto que su intención era tentarle, esto lo digo ya que la palabra griega utilizada en la Biblia para la palabra “probarle” es “ekpeirazo” (G1598), la cual significa “probar por completo, tentar”. Con esto claro, les hago un breve comentario sobre ese individuo.

Pues bien, este hombre se dedicaba a interpretar la ‘Ley de Moisés’; las personas que ejercían esa función acostumbraban a hacer interpretaciones de la ley y las escribían en el “Talmud” siendo esta: “un cuerpo de literatura en hebreo y arameo, que cubre las interpretaciones de porciones legales del Antiguo Testamento, el establecimiento progresivo de materiales tradicionales y la adición de un cuerpo de sabios consejos de muchas fuentes rabínicas, que abarca un período de tiempo desde poco después de Esdras alrededor del año 400 antes de Cristo, hasta aproximadamente los años 500 d.C.” (Enciclopedia de la Biblia En Baker (Vol. 2, p. 2031).

Es bueno destacar que el judaísmo considera que el Talmud es la tradición oral del AT de ese entonces, mientras que la Torá (Pentateuco) es la tradición escrita.  La gran barbaridad de ese entonces, es que los escritos hechos por los intérpretes de la ley tuvieron más autoridad que el Pentateuco, es decir que la Palabra de Dios, por ello nuestro Señor Jesús ilustra de manera maravillosa la real interpretación espiritual de la ley.

Ciertamente ese ‘interprete de la ley’ reconoció a Jesús como ‘Maestro’, aunque cualquiera pudiera opinar que quizás lo hizo de forma burlona, ya que su intención era tentarle. Yo particularmente considero que él sabía que Jesús era ‘un maestro de las Escrituras’, y esta opinión la baso en que en una ocasión cuando fueron a buscar a Jesús para detenerlo «Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!», [Jn 7:46] y seguramente ese comentario había llegado a toda la ciudad.

Pues bien, a la pregunta que le hiciera el intérprete de la ley, el Señor Jesús le responde con otra pregunta «Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?», ([Lc 10:26], con esta indicación Jesús le dirige a la fuente, le dice que busque en la Biblia y que lea lo que dice allí. Amados, Él perfectamente bien, pudo responderle la pregunta pero lo refirió a la Palabra de Dios y a leer la respuesta que dice allí. No le dijo que buscara ‘el Talmud’ donde estaban escritas las interpretaciones ya dadas por los abogados, no, le dijo que fuera directamente a Ley es decir a ‘la Torá’ (al Pentateuco), ese libro que es la ‘Palabra de Dios’ y el cual contiene los 5 primeros libros del Antiguo Testamento.

Haciendo lo indicado por el Señor, ese hombre buscó en la Torá y le dijo la respuesta correcta «Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo», [Lc 10:27]. Mis amados hermanos y amigos, ese versículo resumen la Biblia completa, pues realmente de eso es que trata, de Amar a Dios sobre todas las cosas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Pues bien, sucede que la conversación no terminó allí, pues resulta que ese hombre, un abogado, todo un experto en la ley, quería justificarse ante Jesús y por ello le hace otra pregunta “¿Y quién es mi prójimo?”. De repente esa pregunta nos puede extrañar, pero entonces debemos recordar el odio racial de aquella época entre judíos y samaritanos, los primeros se consideraban descendientes directos de Abraham, mientras veían a los samaritanos y gentiles como razas mezcladas e inferior. En fin, para responder a la pregunta del intérprete de la ley Jesús le da como ejemplo la parábola del buen samaritano.

Ahora entremos a los comentarios de la parábola en sí, la misma inicia relatando que un hombre descendió de Jerusalén a Jericó; ese trayecto era muy peligroso incluía el paso por el desierto así como lugares rocosos donde se perpetraban muchos robos y asesinatos, por lo que lo llamaban ‘el camino sangriento’. Acá Jerusalén es figura del ‘lugar donde se encuentra la casa de Dios’; y Jericó, que es una ciudad que queda en un valle por lo que había que descender para llegar hasta allí, esa ciudad es figura de la ciudad maldita donde la humanidad cayó.

Este hombre viajaba solo, cosa que era extraña, pues por lo general los viajeros solían hacer el viaje por ese trayecto en “caravanas” por razones de seguridad. Ciertamente el Señor no contó si ese viajero tenía una necesidad imperiosa que le obligó a trasladarse corriendo un riesgo tan grande o tomando una decisión poco sensata. Este hombre viajero es figura de la humanidad, quienes se trasladan por el camino de la vida, muchas veces tomando riesgos innecesarios o decisiones con poca prudencia, todo por andar envueltos en los pecados del mundo.

Continuando con el relato de la parábola, el hombre fue asaltado por los ladrones, quienes lo despojaron de sus pertenencias y lo dejaron en estado de moribundo; en semejante condición deja el pecado al hombre. Esos ladrones son figura de Satanás, nuestro enemigo, y representan también el pecado.

Por aquel camino pasaron dos personas en ocasiones diferentes, uno era un sacerdote, y otro un levita; ambos vieron al hombre tirado en el piso herido y medio muerto, sin embargo fueron indiferentes, continuaron su trayecto sin importarles lo que sucedía con aquel hombre. Esos dos personajes son figuras de los conocedores de la Palabra de Dios pero que no la ponen por obra.

Es bueno destacar que la Biblia dice que “el hombre, el sacerdote y el levita” “descendieron de Jerusalén a Jericó”, y generalmente cuando la Biblia habla de “personas que descendieron” esto significa que “descendieron espiritualmente”, es decir cayeron y pagaron la consecuencia de su pecado. Un ejemplo de esto lo podemos ver en Sansón, «Descendió Sansón a Timnat, y vio en Timnat a una mujer de las hijas de los filisteos», [Jueces 14:1]; «Descendió, pues, y habló a la mujer; y ella agradó a Sansón», [Jueces 14:7)].

Dice Lucas 10:33-34 «Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él». Ese “Samaritano”, quien es un extranjero, detestado por los judíos, fue movido a misericordia y quien socorrió a aquel hombre moribundo. El samaritano es figura de nuestro “Señor Jesucristo, nuestro Salvador”, quien vendó nuestras heridas, nos vino a regalar una vida en abundancia, por eso vertió Su Sangre preciosa por nosotros, murió y resucitó para hacernos co-participes junto con Él de ser llamados hijos de Dios y vivir con Él por la eternidad.

Deseo aclarar que aunque los judíos llamaban a Jesús samaritano tal como lo expresa Juan 8:48 «Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?» La asociación que hago de que el samaritano es figura de Jesús es en “sentido espiritual”, no en el sentido literal.

El aceite es figura de la unción de Espíritu Santo, nuestro Consolador, el vino es figura de la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo. Es bueno destacar que tanto el aceite con el vino juntos son un excelente bálsamo para aplicar sobre una herida, pues con el vino se limpia y con el aceite se sella para cicatrizar «Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite», [Is 1:6].

Amados hermanos y amigos, la parábola concluye diciendo que el buen samaritano dejó al viajero en un mesón, el cual es figura de la iglesia, asimismo Cristo nos dejó a nosotros, en ese lugar donde nos instruiríamos en la fe y aprenderíamos a ser como Él es. En esa hermosa posada espiritual está el mesonero, siendo éste figura del Espíritu Santo y de los ministros del Evangelio, quienes ejercen los cinco ministerios «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros», [Efesios 4:11].

Dice Lucas 10:35 «Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese». Un denario es un día trabajo, entonces con este me tomo el permiso de asociar eso con 2 Pedro 3:8 «Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día»; considero esto una profecía “que luego de dos mil años después de su resurrección”, Él regresaría. Mis amados hermanos y amigos, ciertamente el Señor Jesús vuelve a buscar a esa novia hermosa, la iglesia, que somos los que estamos esperando Su venida, ¿Estás listo?

Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito ‘desde mi perspectiva particular’ en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.

Dios les bendiga,

Sandra Elizabeth Núñez

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