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43.07 Jesús Purifica el Templo

‘La Pascua’ es la fiesta celebrada por el pueblo de Israel en conmemoración de la liberación de los hebreos de la esclavitud en Egipto. La narración de ese evento está en Éxodo 12, allí leemos la historia de que cada familia del pueblo, por mandato de Dios, mató un cordero sin defecto, y colocó la sangre en los postes y dinteles de las casas, a fin de que esa sangre sirviera de señal al Señor para que cuando Él pasara no murieran los primogénitos de los que allí habitaban, siendo este acto sombra del sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios. Esta celebración se lleva a cabo anualmente en la ciudad de Jerusalén, hasta nuestros días, y la misma se festeja durante siete días.

Juan 2:13-22 relata la profanación del templo, esa ocasión en la que Jesús sube a Jerusalén en fecha cercana a la celebración de la Pascua y halló que el templo estaba convertido en un ‘mercado’, específicamente en el atrio o patio del mismo. Para esa fecha gran cantidad de personas asistían a esa ciudad a ofrecer sus sacrificios, entre ellos los palestinos que creían en el Mesías, así como los habitantes del Mediterráneo.

Como las personas venían de tan lejos, en el patio del templo había muchos vendedores de los animales a ofrecer, pues eso permitía que las personas viajaran de manera más cómoda, ya que no tenían que llevar consigo los animales a sacrificar pues podían comprarlos en el mismo templo; pero resulta que esto generaba mucha corrupción alrededor de lo que representaba la adoración a Dios en el templo. Por ejemplo, los inspectores debían verificar que los animales no tenían defectos y por esos cobraban y hasta abusaban de las personas para lucrarse con el dinero. Otro ejemplo es los abusos de los cambistas de la moneda romana a la judía, a fin de pagar los impuestos por derechos del templo. Esta fiesta se convirtió en una ocasión para hacer negocio.

En fin la profanación del templo era tan evidente como el sol en el día, pues la casa de Dios estaba siendo tratada de forma irreverente y muy distante del uso que se le debía dar a la misma, que es la adoración y alabanza a Dios.  Esta situación resultó ser algo insoportable ante los ojos de Jesús, que con un azote de cuerdas volcó las mesas, echó fuera del templo a todos, y esparció las monedas de los cambistas; ‘le consumió el celo por la casa de Dios’, [Salmos 69:9]. Esta es la primera ocasión en que Jesús se muestra intolerable contra el pecado, la cual ocurrió al comienzo de Su ministerio, después de la señal de las Bodas de Caná.

Es bueno destacar que antes de culminar Su ministerio  y después de Su entrada triunfal en Jerusalén, Cristo también purificó el templo de igual manera, [Mateo 21:12-13]. Ciertamente el amor y la justicia son dos de los atributos de Dios, Él ama al hombre de manera personal, incondicional y misericordiosa, pero también Dios lo disciplina, y permite que las consecuencias del pecado sean experimentadas por el pecador.

Luego de esa actitud Jesús fue confrontado por los judíos, incitándole para que les diera muestra o señal del por qué llamaba el templo como ‘la casa de Su Padre’, es decir porque Él se consideraba el Hijo de Dios, a lo que solamente «Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré», [Juan 2:19]; con esto les estaba hablando de Su propio cuerpo, Su crucifixión y resurrección.

Asimismo, nosotros hoy somos el Templo del Espíritu Santo [1 Corintios 3:16], tenemos la evidencia más grande para decir eso, y es que Cristo vive dentro de nuestros corazones, ya no necesitamos ninguna otra señal. Dios quiere usar nuestros cuerpos como un templo donde Él more; Dios quiere hacer de nuestro ser un Tabernáculo en donde Su presencia pueda permanecer siempre, por lo tanto, debemos de purificar nuestros cuerpos y vivir en santidad, sin la cual nadie verá al Señor, (Hebreos 12:14).

Tenemos que apartarnos del pecado y permitamos que el fruto del Espíritu Santo crezca en nuestras vidas. «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta», [Romanos 12:2].

Este pasaje que hemos compartido concluye de una forma hermosa, leamos «Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, Sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la Palabra que Jesús había dicho», [Juan 2:22].

Sí, amigos y hermanos, tiempo después cuando Cristo resucitó, Sus discípulos ‘creyeron la Escritura y la Palabra que Jesús había dicho’. Nosotros también somos discípulos de Jesús, los que hemos creído en Él y lo hemos aceptado, entonces pues, debemos creer ‘toda la Escritura, que es la Palabra de Dios’, y ponerla por obra; reconociendo que pronto viene nuestro gran galardón, viene nuestro Amado Señor Jesucristo a buscar a Su pueblo, «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.  En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.  Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis», [Juan 14:1-3].

Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito “desde mi perspectiva particular” en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.

Dios les bendiga,

Sandra Elizabeth Núñez

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