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43.17 El Paralítico de Betesda

Este pasaje nos relata una conmovedora historia que se asemeja en demasía a la historia mía, o quizás a la de usted.

Sucede que en la época de Jesús no habían hospitales, por lo que en Jerusalén había un estanque (algo parecido a una piscina) donde se juntaba una multitud de enfermos quienes acudían con sus lechos y se quedaban allí, con la única esperanza que una vez la aguas fueran movidas serían sanados, (creían que un ángel descendía y agitaba las aguas y el primero que penetrara en ellas sanaba).

Para aplicar esa palabra a nosotros en el presente, pudiéramos decir que ese lugar estaba lleno de enfermos espirituales, que serían los hombres de hoy día, su enfermedad es llamada ‘pecados’. Esas personas necesitan tener un encuentro con el ‘Único Sanador’, esto es, recibir a Jesús como su Salvador personal, y Él les librará del pecado, les dará libertad, Él les salvará y sanará.

Volviendo a la narración, Jesús caminaba en ese lugar llamado Betesda, (casa de bondad) y se acercó a un paralítico, quizás el caso más patético y menos esperanzador de todos pues el Señor sabía que llevaba mucho tiempo en esa condición. Se le acercó y le preguntó “¿quieres ser sano?”. Cualquiera diría ‘es de suponerse que quería ser sano’, pero sucede que lastimosamente muchas personas desean continuar enfermas. Digo esto, porque es la misma invitación que hoy hace Jesús a las personas, ¿quieres sanar del poder del pecado? Pero responden igual que este hombre, con excusas que no contestan a la pregunta, sino más bien que tratan de justificar su situación.

El hombre de este relato sabía que estaba enfermo, tenía 38 años de no moverse. Hoy día muchas personas no creen que estén enfermas, se consideran ‘buenas’. Además de estar enfermas de pecados, están enfermas de una enfermedad llamada ‘buenitis’.  No solamente no reconocen sus pecados, y prefieren vivir en las tinieblas, sino que además se sienten buenos, al extremo de considerar que no necesitan de nada ni de nadie para ser salvos. Pero afortunadamente, y para la gloria del Señor lo decimos, hay otros que reconocen o que reconocimos la necesidad de un Sanador, cuyo nombre es Jesús. ¡Gloria a Jehová, nuestro Sanador!

Dice la Biblia que era una multitud la que se encontraba allí esperando un ángel. Pienso qué penoso, pensar así, cuando no sabían que tenían al Sanador, Dios-Hijo que estaba en medio de ellos. ¡Qué gran privilegio tenemos hoy!, sabemos que Jesús está a la puerta de nuestros corazones y tenemos la posibilidad de abrirle la puerta y estar con Él. «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo», [Apocalipsis 3:20].

El paralítico de Betesda aceptó la invitación, le dijo sí al Señor cuando Él le dijo “Toma tu lecho y anda”, él obedeció, Jesús sanó su cuerpo físico. ¡Qué gran milagro!, ese hombre se sentía tan feliz, por eso es que luego leemos que el hombre fue al templo, y asumimos que la única razón para estar allí era para dar gracias a Dios por el milagro recibido, para adorar a Jehová; pero ¡qué hermosa sorpresa!, allí se encontró el ex-paralítico con su sanador, Jesús, alguien a quien él dijo que “no conocía” y ciertamente era así.

Sabemos que todo hombre es un espíritu que se expresa por medio del alma, y habita en un cuerpo; por eso es que luego leemos que allí en el templo Jesús le hizo otro regalo a ese hombre, realizó otro milagro, ‘la sanidad de su alma’; usted dirá qué razón tengo para decir esto,  primero recordemos a qué vino Cristo a esta tierra «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido», [Lucas 19:10]. Y ¿cómo sabemos lo que se había perdido?, pues bien la respuesta la encontramos en Marcos 8:36 «Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?».

Amados hermanos, el alma es el asiento de todos los sentimientos, es donde habita la voluntad y el intelecto; en fin el soporte de nuestra personalidad. El alma de cada persona le pertenece a Dios, pero Satanás, el Diablo, la desprogramó con el pecado. Cuando venimos a los pies de Cristo y le recibimos como nuestro Salvador, venimos con un alma dañada la cual debe ser reprogramada según el plan original de nuestro Padre Celestial, y esto solamente se puede lograr con lo estipulado en Hebreos 4:12 «Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón».

Gracias bendito Dios por ser la fuente ilimitada de amor que nos vivifica cada día. Si Jesús es tu Sanador, ya tienes comunión con Dios. Si no lo es, recuerda que Él hoy te pregunta: ¿Quieres ser sano?

Deseo finalizar recordándoles, como les he dicho anteriormente, que estos comentarios o anotaciones los emito ‘desde mi perspectiva particular’ en apego a los conocimientos propios obtenidos por mi estudio devocional de las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, así como por las enseñanzas compartidas por hombres eruditos de la Palabra de Dios. Por lo tanto, espero que mis anotaciones les sirvan a usted para continuar con sus lecturas propias de las Escrituras, las cuales sean transformadas en ‘escudriñar con gozo los tesoros que se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios’, de manera que también pueda identificar y ofrecer una aplicación especial y personal a su vida y así ser saciado del manjar que el Señor nos brinda en Su santa y bendita Palabra.

Dios les bendiga,

Sandra Elizabeth Núñez

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